
Mª Dolores López- Tercero Sánchez8 de febrero del 2018
El
oficio de enterrador es tan antiguo como la aparición del ser humano, o casi, y
la necesidad de dar un lugar digno, para el Más Allá, a nuestros seres
queridos.
Por
otra parte, el oficio de resucitador, muy ligado al anterior, es bastante más
reciente en el tiempo.
Si
quieres saber más sobre ambos oficios, uno de ellos ya desaparecido y el otro
aún existente, te invitamos a seguir leyendo.
Puede
que a algunos les cause escalofríos el pensar que otras personas se dediquen a
tales oficios. Sin embargo, el trabajo de enterrador es tan común y honrado
como cualquier otro y, por supuesto, muy necesario, pues sin ellos tendríamos
que ser nosotros mismos quienes nos encargásemos de dar sepultura a nuestros
familiares y amigos.
Por
suerte, aún hay quienes se dedican a estos menesteres, facilitando la tarea al
resto de la población.
El
enterrador, o sepulturero, no sólo se ocupaba (y ocupa) de enterrar a los
difuntos, antaño en tierra, hoy día bajo una sepultura de mármol o piedra, sino
también de desenterrar los restos, para hacer reducción de los mismo o, si
fuera necesario, incinerarlos.
Durante
décadas fueron marginados por la mayoría de la población, debido al oficio
desempeñado.
Es
un trabajo llevado, generalmente, por hombres, años atrás con poca o ninguna
cultura, en cuanto a leer y escribir ser refiere. Hombres de rostro pálido, serio,
sombrío y envueltos en cierto halo de misterio o, al menos, así los veían la
mayoría de nuestros antepasados.
Mostrado
por la televisión y el cine como personas frías, sin sentimientos y, en
general, vestidos todo de negro y con sombrero.
Nada
más lejos de la realidad, los enterradores eran padres de familia, quienes
muchas veces fueron marcados de por vida por las escenas que debieron
presenciar debido a su trabajo. Un oficio digno como cualquier otro que en
muchos casos fue desempeñado por padres e hijos siendo los primeros quienes
instruían a sus primogénitos.
Haciendo
uso de pala, para cavar un rectángulo, previamente medido, en la tierra que
diera cobijo al fallecido, y con cuerdas o maromos, para facilitar el descenso
del cuerpo hasta el lugar de su eterno descanso.
Muy
unido a este oficio, que en la actualidad se sigue desarrollando y mucho mejor
considerado que antaño, se encontraba el oficio de resucitador o ladrón de
cadáveres.
Aunque
para algunos suene extraño y algo lúgubre, era un trabajo bastante común. Desempeñado
por hombres que estaban al día de los recién fallecidos, sobre todo en las
grandes ciudades, para proceder a la exhumación, y vender el cuerpo a los
demandantes del mismo, que eran principalmente las facultades de medicina.
Lo
común de estas facultades era hacerse, en base a la ley establecida, con los
cuerpos de los fallecidos, en hospitales, que nadie reclamaba; pero, el aumento
de los estudios de anatomía hicieron que la demanda fuera mucho mayor que la
oferta que existía, obligándoles a actuar al límite de la ley, lo que propició
la aparición de los ladrones de cadáveres, oportunistas que supieron
aprovecharse de la situación para ganarse un sueldo y poder subsistir. Algo que
se daba sobre todo en Inglaterra.
En
Moral de Calatrava no existieron los
resucitadores, al menos que tengamos consciencia de ello, pero sí fueron
famosos los enterradores de años atrás, especialmente los popularmente
conocidos como “Fortunica” y “Calicata”, quienes dieron lugar a una coplilla conocida
por todo buen moraleño:
“Diego
Periquito
toca las campanas,
Fortunica
y Calicata
los
llevan a enterrar.”