Lorenzo Fernández Molina.- Aunque el pueblo esté rejuvenecido y modernizado, nosotros, los mayores, recordamos aquel pueblo con fachadas blanqueadas con cal, paredes de tierra apisonada golpe a golpe con pisones de madera. Los albañiles, dentro de los tapiales, mientras golpeaban los pisones, pisoteaban con sus pies la tierra que les subían en espuertas con soga y garrucha para repartirla dentro del cajón.
Con esa tierra se iban haciendo las paredes de aquellas casas que luego se cubrirían con palos de varias varas, sobre las que se colocaban las cañas y cañizo de la vega. Y para finalizar la obra, el albañil con cubo de barro y cascotes, ir poniendo las tejas.
El piso del suelo de aquellas casas era también de tierra apisonada, curiosamente adecentado.
Los tabiques estaban hechos de adobes que en los días soleados del año se preparaban con moldes de madera en las eras, revolviendo tierra con paja y amasándolos con agua.
Para calentarse, lo único que había en cada casa era la lumbre de la cocina de paja, sarmientos y ceporros, en la que se ponía el puchero de la comida para la familia. Alrededor de la lumbre se colocaba el serijo tanto para calentarnos como para asar patatas, tocino o carne.
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El tapial dejó de utilizarse allá por el año 1954 cuando se comenzó a utilizar, de forma general, el ladrillo. Las casas envejecidas cayeron derribadas una tras otra y reconstruidas por otras más agradables, confortables y satisfaciendo las necesidades de los tiempos. El pueblo se va remozando y los que conocimos y habitamos aquellas casas del ayer, estamos también en turno de ser abatidos.
Pero antes de ello queremos dejar constancia de aquellos maestros albañiles que en el primer cuarto del s-XX nos dejaron estas construcciones de tapial: Pedro Bermejo, Amalio Fernández, Gabriel Labrador, Manuel Labrador,. José Antonio Laguna, . Julián Molina,. Lorenzo Mora (en la foto), Tomás Naranjo, Ignacio Piña, Aurelio Salvador, Gabriel Salvador y Manuel Salvador.
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