13 de octubre de 2024 en Lanza.- Una tradición que se mantiene gracias a la transmisión intergeneracional y fue una manera para la mujer de aportar ingresos a la unidad familiar
Uno de los papeles de las mujeres del ámbito rural es la conservación de las tradiciones y la transmisión de estas de madres a hijas o de abuelas a nietas. Este es el caso del encaje de bolillos, una artesanía centenaria reconocida como Indicación Geográfica Protegida y que se ha mantenido gracias a la labor de enseñanza y aprendizaje de las mujeres de localidades como Almagro y algunas de la comarca del Campo de Calatrava, fundamentalmente, aunque también se haga este tipo de labores en otros puntos de la provincia. Además, actividades como estas constituían una parte fundamental del sustento familiar que aportaban estas mujeres.
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Con motivo del Día Internacional de la Mujer Rural, Lanza da voz a esas encajeras que han aportado con su mano y talento, arte, adorno y alimento, a través del tintinear de los bolillos en la almohadilla, por placer ahora y por necesidad antes. Varias de estas artesanas de la almohadilla hablan sobre esta actividad durante una de las clases que se imparten en el Museo del Encaje de Almagro dentro de la programación de la Universidad Popular, un total de 43 alumnas de todas las edades, incluso hay varias niñas, que durante las tardes pasan por las manos de Natividad González y Nieves Chaves, que les explican los secretos de varias técnicas con el bolillo.
Teodora Ruíz del Valle Abad, cuenta como a ella le enseñó su madre, encajera, cuando era “muy chiquitina” para tenerla quieta durante “el calor de la siesta”. Aunque ha sido ya de adulta, en los cursos cuando ha aprendido. Explica que los encajes los hacían las mujeres “para poder vivir un poco mejor”. Pone el ejemplo de su padre que trabajaba en el campo y estaba bajo la tutela de la madre, su abuela. Solamente en las recolecciones cogían un dinero y la abuela repartía a los hijos. Su madre vendía los encajes para tener poder comprar lo necesario porque “no tenían un ingreso continuo todos los meses”.
Explica que había “grandes encajerías” donde las mujeres llevaban sus tiras, mantelerías, juegos de camas o sus pañuelos que hacían en casa después de atender a sus familias y “si sacaban una peseta, bienvenida era”.
Ahora, en cambio, añade, los encajes se hacen por entretenimiento. “Te relaja y te gusta” afirma, además de ser una manera de conservar las tradiciones. Cree que esta artesanía se acabará perdiendo porque las más jóvenes al final lo dejan y cuenta el caso particular de su hija que cuando fue creciendo y los estudios aumentaron acabo abandonando el encaje.
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“Empecé por mi abuela que quería seguir con la tradición de su madre”
Pero también hay jóvenes que se siguen haciéndolos, es el acaso de Pilar Belmar López que empezó a los 9 años y ahora con 23 años está convencida de que no lo va a dejar. Confiesa que lo que más le gusta de hacer encaje es cuando corta el hilo al finalizar una labor. Empezó por su abuela que quería seguir con la tradición de su madre y de sus cinco nietos la única que continuó fue ella, que lleva unos cuatro años asistiendo a las clases en el Museo del Encaje.
Explica que antes las mujeres velaban por la noche para al día siguiente ir a vender el encaje que habían hecho y con ese dinero comprar el pan y que la tradición de hacer encajes ya está perdida porque la “gente joven no quiere seguir y la gente mayor ya va faltando”.
Manuela Bautista Romero, acaba de empezar con esto del encaje. Se ha dedicado siempre a la hostelería y tras dejarlo hace unos meses ha decidido aprender en honor a su madre, recientemente fallecida y que fue encajera. “Ahora que ya no trabajo he decidido aprender a hacer encaje para mantener en mi familia la tradición, ya que cuando vivía mi madre, ni he querido aprender, ni ella enseñarme porque no tenía tiempo nunca y ella era la única que en mi casa que los hacía”.
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“Las mujeres se quedaban por las noches haciendo encajes para venderlos después de atender la casa, los hijos y al marido”
Tanto su madre como su tía “se ganaban el pan” vendiendo encajes. Su madre hacía ya muchos años que no se dedicaba a esto, pero continuaba haciendo encajes para ocasiones especiales. El pañuelo de boda, de comunión, la mantelería… “esas cosas bonitas que no las usas, pero que ahí las tienes de recuerdo”. Explica como las mujeres antes se quedaban por las noches haciendo encajes después de atender la casa, los hijos y al marido para venderlos y sacar un dinero.
Se muestra más optimista que sus compañeras en el tema de la continuidad de esta tradición. “Me han llamado la atención las niñas, también hay una chica joven que lo hace muy bien. Creo que entre todos se puede conservar, además que actividades como estas son una manera también de fomentarlo”.
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