Andrés Martín Martín, 12 agosto 2019.- Mis primeros recuerdos parten de nuestra adolescencia, edad tumultuosa en que los niños, que ya no lo son, experimentan sensaciones y vivencias nuevas, que requieren de unos años de asimilación para lo que luego será su vida de adulto.
La mayoría de los que estamos aquí, reunidos en un acto tan sencillo como auténtico, pasamos esa edad, difícil de vivir, en los primeros años cincuenta. Con educación separada desde niños, no existía ala amistad entre adolescentes de distinto sexo. Todo esto, unido a que me marché de Moral a los dieciséis años, hizo que no tratar a Felisa hasta 2005, año en que ya jubilado, me vine a Ciudad Real de forma definitiva.
No es poco tiempo estos casi quince años vividos en mi tierra, Ciudad Real, donde nací, y Moral, donde me eduqué e hicieron casi todas mis mejores amistades, forjadas precisamente esa época dorada e inolvidable de nuestra vida, la ya citada adolescencia.
No es posible, sin embargo, el trato cotidiano para conocer datos y vivencias del ir por la vida de nuestros amigos. Y, naturalmente, sabíamos que Felisa escogió una de las dos profesiones que más tienen que ver con el ser humano en cuenta tal: una es la enseñanza y, la otra la medicina.
El maestro es quien pone al niño en el camino del conocimiento. A todos nos enseña lo mismo; depuras, cada uno recibirá lo que sea capaz de asimilar o retener.
Por su parte, el médico, del que no nos acordamos mientras gozamos de salud plena, es el que mitiga el sufrimiento, que suele ir de la mano de la enfermedad y, cuando es posible, curar al afligido.
Los que no somos maestros ni médicos no sabemos cual es de las dos carreras disparará más satisfacciones. Probablemente las dos, dependiendo de lo que cada uno espere de ellas. Y, en este momento, no puedo dejar de pasar la oportunidad de recordar una circunstancia que suele repetirse: el paciente que se olvidada del cirujano que le salvó de quedar en silla de ruedas, y la del alumno que olvida, también, el nombre del profesor o maestro que lo llevó desde las sombras del no saber hasta la luz del conocimiento. Pero aventuro que ni el cirujano que opera ni el maestro que enseña tomarán en consideración esta triste muestra de consideración.
El Dr. Marañón, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, dijo lo siguiente:
— Todo ser humano, grande o pequeño, nace con una misión terrenal, que después unos cumplen y otros no, según la potencia de su genio y según que el aire de la vida le sople en dirección favorable o adversa.
Nuestra Felisa si cumplió con su misión terrenal, de la que hablaba Marañón, pues se dedicó a lo que quiso. Y me consta que pudo disfrutar largamente de la satisfacción inigualable de ver a sus antes niños de la clase convertirse en padres, y enviar a los suyos a ser educados por la misma maestra que los educó a ellos. Sinceramente no veo satisfacción mayor en el ejercicio de la profesión cualquiera que sea.
Los que la tratamos podemos dar fe de su honestidad innata, de su natural sencillez y de su saber escuchar, virtud tan rara de encontrar. He aquí una de las razones de que la queramos y apreciemos tanto, antes en la realidad y ahora en el recuerdo.
Maestra competente y cariñosa con sus niños, fue también esposa y madre ejemplar. Encontró tiempo para atender a todos, de la misma manera que una madre encuentra siempre tiempo para cuidar de sus hijos tenga los que tenga.
Querida Felisa, tus familiares y amigos aquí presentes te echamos mucho de menos pero siempre vivirás con nosotros y te recordamos ante todo, por tu bondad auténtica, que has ido derramando a lo largo de tu vida tan desinteresada como generosamente.
Y no tenemos ninguna duda de que en ese Más Allá mejor que a todos nos espera, estarás en el grupo de los elegidos.
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