Lorenzo Fernández Molina, 15 ene 2020.- Poco después de 1733 la ermita San Antón se arruinó, pero el pueblo no había olvidado los lazos que le ataban al santo: «el producto de los cerdos del santo» y «dar las vueltas a San Antón». Ambas cosas, a pesar de no existir ni ermita ni hermandad, eran cumplidas fielmente por el pueblo. Le ataban tanto ambas que las llegaron practicando hasta la mitad del s-XX.
Por modernidad, por los comentarios de que el beneficio de los cerdos se los quedaba el cura o por la desaparición de los animales de carga y labranza, sustituidos por los vehículos a motor, han motivado que ambas cosas desaparecieran.
A comienzos de año y cuando se va a dar el dicho de » por San Antón, las cinco y con el sol», el pueblo iba preparando sus fiestas. En mi recuerdo están grabadas las imágenes de estos dos hechos.
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El guarro de San Antón:
Nace de la propia iconografía religiosa que representa a San Antón acompañado de este animal.
Entre las cosas que se cuentan de San Antonio se dice: en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos, que estaban ciegos, en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los animales y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que se acercara. Pero con el tiempo y por la idea de que el cerdo era un animal impuro se hizo costumbre de representarlo dominando la impureza y por esto le colocaban un cerdo domado a sus pies, porque era vencedor de la impureza. Además, en la Edad Media para mantener los hospitales soltaban los animales y para que la gente no se los apropiara los pusieron bajo el patrocinio del famoso San Antonio, por lo que corría su fama. En la teología, colocar los animales junto a la figura de un cristiano era decir que esa persona había entrado en la vida bienaventurada, esto es, en el Cielo, puesto que dominaba la creación.
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En los meses de junio o julio de cada año, era una costumbre, el que alguna persona ofrecía por algún favor recibido de San Antón, el comprar un cochinillo pequeño, que tras ponerle en el cuello una cinta de color, en la cual iba metida una campanilla, le soltaba en la calle a que se buscara su alimentación diaria por su cuenta. No tenía que trabajar mucho para ganarse la comida, pues se ponía a caminar por las calles del pueblo; al ruido de la campanilla, cualquier vecino (las mujeres en su mayoría), enseguida le sacaban a la calle el sustento, que en su mayoría era un puñado de granos de cebada, guisantes, titos, sobras, mondaduras, etc., que hasta había quien le amasaba harina de cebada molida y salvado. De esta forma estaba alimentado en demasía. Los alimentos anotados anteriormente, es que no faltaban casi en ninguna casa, porque en ellas se engordaban cerdos.
Se las sabía todas, pues cada día acudía al lugar donde la comida que le ponían era más de su agrado. Le daban también agua para que bebiera. Andando y andando, se iba a comer a otro restaurante empleando en esto todo el día. Era mirado con simpatía por la gente, pues los únicos que le hacían de rabiar un poco eran los chicos. Pronto se acostumbraba y corría y corría para que no le molestaran.
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Para pasar las noches, se buscaba el sitio en algún lugar, o bien alguna persona le daba sitio en el corral de su casa o cuadra, y le preparaba buena cama de paja. Como estaba en calidad de transeúnte, el peligro que tenía era el ser atropellado por algún carro tirado por caballería que él sabía esquivar bien; los que iban guiando los carros, ponían cuidado para evitar el atropellarle.
Así transcurrían los días, semanas y meses, y aquel cochinillo pequeño o cochinillos, que algún año los hubo, se había convertido en un grande y gordo CERDO. Llegado el 17 de enero, el/los cerdo/s era sorteado/s y los beneficios obtenidos, administrados por la cofradía o por los sacerdotes, se dedicaban a dar culto al santo.
Llegado este momento, vienen a mi recuerdo las palabras que se les decía a los niños que buscaban comida por todos sitios en aquellos años del hambre: ¡vas, o eres como el guarrillo de san Antón!
También resuenan en mis oídos el cantar dedicado a San Antón, cantado por las niñas en sus corros:
San Antón hizo gachas y convidó a las muchachas. a mí no me convidó,
hay que tuno es San Antón.
San Antón de las cañadas, con un plato de tajadas, un vaso de vino añejo, ¡ay!, que San Antón tan viejo.
San Antón, como es tan tuno, no tenía que comer, y vendió la campanilla por una cata de miel.
San Antón, como es tan viejo tiene barbas de conejo, y su hermana Catalina tiene barbas de gallina.
Por los años 40 y 50 aún todavía podía verse, algunos años, un cerdo que caminaba de calle en calle y de casa en casa. Algunos vecinos le sacaban comida y otros los ahuyentaban cuando los encontraban en sus portales comiendo algo que hubieran encontrado.
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Las mulillas y las vueltas a San Antón.
Con la suficiente anterioridad se les hacía el encargo a los guarnicioneros de preparar el aparejo necesario. En las vísperas se pasaban las caballerías por el herrero para ponerles herrajes nuevos. Los esquiladores preparaban las mulas, caballos y burros adornando sus crines, rabos y lomos, con trenzados y borlas. Se les pintaba los cascos con «barniz brillante».
Por la mañana del 17 se procedía a la limpieza y aparejo de las caballerías. Se les ponían las mantas guardadas para tal fin y sujetas con cinchas de vistosos colores, Se sacaban las vistosas guarniciones -de buenos cueros y herrajes-, cintas de colores, campanillas y cascabeles.
Los dueños y gañanes montados en sus mulas se encaminaban hacia la Plazoleta de San Antón a dar las tres vueltas tradicionales para pedir al santo que bendijera a los animales y los librara de todos los males.
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El recorrido que se hacía consistía en ida y vuelta por la calle San Antón (hoy Reyes Católicos), rodear por tres veces la Plazoleta. No recuerdo que hubiera bendición sacerdotal ningún año.
Seguidamente se pasaba -jinetes y animales- a dar San Antón a las amistades y familia. Se iba de casa en casa en donde eran invitados con dulce y bebida.
Es probable que en otro tiempo, cuando existía la cofradía del santo, se adquirieran «panecillos» para los animales; pero aquí, en los años que cito no se hacía.
Me queda la nostalgia de este recuerdo: ver a las caballerías, muy bellamente enjaezadas, acudir a dar tres vueltas alrededor de la Plazoleta del Santo y su desfile por la calle de San Antón.
Nota: Actualmente la imagen de San Antón se encuentra en la ermita de la Soledad. En 2019, coincidiendo con su fiesta, se hizo un traslado solemne desde el templo parroquial de San Andrés, por la Hermandad de la Virgen de la Soledad y Vera Cruz.
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