Rito 4 La muerte

Lorenzo Fernández Molina.- Una de las mayores diferencias existentes entre las sociedades antiguas y modernas consistía en que las primeras tenían dos clases de componentes: los vivos y los muertos (según Caro Baroja) y las modernas que tienden a eliminar la presencia de los muertos en la vida social o reducirlas a meros actos conmemorativos.

Claro ejemplo es la sociedad actual con la reclusión de sus mayores en centros asistenciales como anticipo del dicho sobre su muerte: «El muerto al hoyo y el vivo al bollo».


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El ocultamiento de la muerte se evidencia de varias maneras: alejar los cementerios de la población, eliminar o reducir el luto (lo que implica reducir el tiempo a la memoria de un muerto), abandonar la muerte como tema de conversación, romper sus recuerdos y fotografías…

En las sociedades rurales el tratamiento de la muerte ha sido muy diferente.

Cierto que con argumentos sanitarios los cementerios fueron alejados de los núcleos de población, sin embargo en las sociedades rurales ha seguido siendo un lugar constante de visitas diarias y no circunscrita solo al día 1 de noviembre y en Moral al día 2.

En relación al luto, a finales del siglo XIX se va instalando en los pueblos la necesidad de reducir los tiempos de soportar la carga del luto y por eso nos llama poderosamente la atención que en la edición de 1898 de la «Pequeña Enciclopedia popular de la vida» se hacía referencia a las «Reglas y duración de los lutos según la costumbre establecida en España». Se establecía un año de luto y seis meses de alivio por padres, esposos, hermanos e hijos; seis meses de luto y tres de alivio por abuelos; tres meses de luto y uno de alivio por tíos, primos y sobrinos carnales y, finalmente, un mes de luto y nueve días de alivio por tíos, primos y sobrinos segundos. Se establecía además qué prendas podían vestir los hombres y mujeres en función del tipo de luto y se especificaba que sólo deben ir completamente de negro por fallecimiento de los padres y no por mucho tiempo; y después su ropa podía ir acompañada por cintas o lazos negros. Por el contrario, el modelo más apegado a la tradición rural defiende lutos de más larga duración y de mayor rigor.


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El alejamiento de la muerte implicaba negar la realidad de la misma. A mediados del siglo XX a los niños se les evita que vean un cadáver o ir de visita al cementerio, lo que había sido corriente hasta entonces. En Moral quedaron restos de aquello: yo vi a mi abuelo muerto, el día de los «Finaos» los niños recogíamos la cera de las velas colocadas sobre las tumbas de nuestros familiares para su venta a los cereros situados en las puertas del cementerio y esa noche decíamos: «La noche de los Finaos/ corren los muertos por los tejaos». Se mantenía el luto durante un periodo de uno a tres años dependiendo del parentesco, se limpiaba la tumba anualmente, se colocaba un epitafio y se acostumbraba a acompañar de la fotografía del difunto.

Los muertos, en las sociedades rurales, estaban presentes en multitud de actos y no sólo en la memoria: en el luto, en la tumba, en el día de los Difuntos o en las misas de «cabo de año». La realidad de los muertos implicaba su presencia en el recuerdo, de ahí que cuando se nombra a un difunto existían y existen las frases de «que en Gloria esté» o que «Dios la tenga en su Gloria».

Aunque en la otra vida todos son iguales, el acto de la muerte, al igual que todos los ritos populares, era el escaparate de la estructura social imperante. Así el tipo de entierro o de funeral eran un ejemplo: entierros de primera, de segunda o tercera, esquelas mortuorias, clase tumba o panteón, misas gregorianas …..


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La muerte deja de ser un acontecimiento familiar para pasar a ser un sentimiento doliente de la comunidad manifestado al duelo en los entierros con la frase «te acompaño en tu sentimiento».

Como acontecimiento social todo el pueblo debe conocer la defunción y para eso está el toque de campana: «tocan a muerto». Corre la noticia y los allegados y vecinos se aprestan a cumplir el clásico «velatorio» y llevar a casa del muerto algo de comida y leche para que los dolientes puedan alimentarse esa noche y el día siguiente. Se acostumbra a rezar el rosario y entre las peticiones está pedir por las «ánimas benditas del Purgatorio». Sin embargo a pesar de que la muerte produce sentimientos negativos hay otro sentimiento en el que se trivializa; en los velatorios se habla de todo, se cuentan chistes y se gastan toda clase de bromas. Al día siguiente familiares o amigos iban a la taberna con el dicho de alejamiento de la muerte: «Vamos a subir a los altares a ….. ».

La muerte llevaba aparejada otra manifestación: la aparición de ánimas. Eran muy frecuentes en Moral. Tiraban muebles, hacían ruidos, golpeaban a la persona o le imponían alguna penitencia. Recuerdo haber visto a una de ellas que tenía como penitencia subir todos los días a la Virgen, en su camino caía al suelo a la altura de la farmacia de D. José Antonio Nuño, y allí cayó ante la admiración de la gente que la contemplábamos.


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Las ánimas

El muerto está vivo dentro del recuerdo familiar y entra a formar parte de un grupo despersonalizado: Las ánimas benditas.

Éstas pueden estar en la Gloria, para lo cual no necesitan de nuestras oraciones, o bien en el Purgatorio donde esperan a limpiar sus pecados para subir al Cielo. La oración y las acciones compasivas de los vivos hacia el alma del Purgatorio puede acortar el tiempo de su permanencia.

En nuestra provincia las Hermandades de las Ánimas Benditas han tenido un gran predicamento a través de nuestra historia. Su acción no se reducía a los rituales de los hermanos de la Hermandad sino que se ampliaba a todos los vecinos y a todos los muertos. Y ello se debía a que la actividad básica de la Hermandad consistía en recaudar fondos de manera constante entre todos los vecinos y contribuir de manera solidaria para sufragar misas para el eterno descanso de los difuntos y para que la estancia en el Purgatorio fuese lo más corta posible.

En Moral en los comienzos del siglo XX en los anocheceres, sin luces en las calle, caminaba el «animero» vestido de negro con un candil y una campanilla pidiendo limosna con su repetitiva canción:

A las ánimas benditas
no hay que cerrarles las puertas que diciendo que perdonen
se van ellas tan contentas.


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Moral en el Censo de Aranda, año 1770, contaba con una Hermandad de Ánimas. Probablemente habría perdido las Ordenanzas ya que seis años después fueron redactadas unas nuevas y aprobadas por el Cardenal Lorenzana. Muchas de estas hermandades se nutrían económica con las denominadas «multas», bien de los hermanos o bien del pueblo, de las limosnas y herencias. Hoy día en Moral sigue existiendo.

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