El dieciséis de marzo de 1778. Aquel día, ya lejano en el tiempo, vino al mundo el que fuera protagonista de un hecho prodigioso ocurrido en Moral de Calatrava: fray Julián de Piedralaves.
Julián Carrasco Cuerva nació el 16 de marzo de 1778, en Piedralaves, Ávila. Hijo de Miguel Carrasco e Isabel Cuerva, fue bautizado en su pueblo natal, en la Iglesia Parroquial de San Antonio de Padua, por el párroco Juan Quintana.
Recopilado del libro: «Paz y Bien» de Mª Dolores López-Tercero Sánchez.
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Sus abuelos paternos fueron Antonio Carrasco y Ana Santos García. Los abuelos maternos, Diego Cuerva y Águeda Moreno. Y, aunque no se sabe con seguridad el número de hermanos que tuvo, hay constancia, según testimonio de algunos familiares, de que, al menos, tuvo una hermana.
Su madre le dio a luz en la casa familiar de la actual calle Castor Robledo, en la misma habitación del piso superior donde años más tarde también falleció. La casa que, posteriormente, fue segregada en tres partes, ha ido pasando de generación en generación.
Fray Julián, una vez retirado de la vida religiosa, vivió en la parte de casa que, tras la segregación de ésta, pasó a pertenecer a la familia de José López Cavero, quien nació en la misma habitación donde el fraile abrió los ojos, al mundo, por primera vez.
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La casa, de piedra sin labrar, conserva buena parte de su fisonomía original. La cubierta es de madera. Está dividida en dos plantas, además de la buhardilla y el sótano. En la planta baja, se encuentra la cocina, con una antigua chimenea, que ha sufrido alguna remodelación en los últimos años.
En la superior, se encuentra el dormitorio donde fray Julián vivió durante sus últimos años. El suelo de estas habitaciones también ha sido modificado con respecto al original.
Cuando fray Julián contaba 15 años de edad, concretamente, el 7 de mayo de 1793 a las cuatro y media de la tarde, tomó el hábito franciscano, en el convento de Nuestra Señora de las Misericordias, de Fuensalida, Toledo. Aquí pasó su primer año de novicio, hasta que, el 7 de mayo de 1794 profesó, abrazando la Orden de San Francisco como modelo a seguir durante el resto de su vida.
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En aquel entonces, para ser franciscano, no se podía ser descendiente hasta el cuarto grado de judíos, moros o herejes que hubieran sido juzgados por la Santa Inquisición, así como tampoco padecer ninguna enfermedad contagiosa e incurable.
Reunidos todos los requisitos, y tras firmar el propio fray Julián en el acta de profesión, fray Andrés de Criptana,
Predicador y Guardián del convento, le otorgó la profesión, a las cinco de la tarde, del ya citado día. En el momento de su profesión, adoptó como nombre, el de fray Julián de los Dolores, aunque siempre fue más conocido como fray Julián de Piedralaves, en alusión a su pueblo natal.
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Quizás, tras su profesión, pasara unos años más en este convento de la provincia de Toledo y, aunque no tenemos constancia de en qué año pasó a habitar el convento del Santo Ángel Custodio de Moral de Calatrava, donde despeñó el cargo de Lector de Teología, sí hay constancia de que en 1817 ya estaba en Moral, tal y como está recogido por diversas fuentes que narran el milagro acontecido, protagonizado por fray Julián.
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