Lorenzo Fernández Molina.- La escuela de los años 40 sólo pretende echar «una mirada al pasado», a ese pasado que semidormita en mi memoria y ofrecer información de costumbres, ritos, métodos educativos e instructivos que fueron empleados en época anterior y que continuaron perviviendo durante años.
Todo gira en torno a la escuela, al niño y al maestro; y como no a los libros o material empleado. Comencemos primero por unos dichos -realidades- que condicionaron la relación entre alumnos y maestros en estos años.
PASAS MÁS HAMBRE QUE UN MAESTRO ESCUELA.
La situación económica de los maestros anterior al año 36 llegó a ser muy precaria. Acabada la contienda la situación se agrava notoriamente. Aunque reconocido su prestigio profesional -junto al médico, farmacéutico y cura- éste no se correspondía en lo económico marcado por su ropa raída y acceso a pocos y escasos alimentos. Ambos -ropa y alimento- caían fuera del alcance de su pecunio, caros por su escasez, y de difícil acceso a los mismos.
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Mitigando esta situación en los ambientes rurales su esfuerzo y dedicación se veían recompensados con el agradecimiento de los padres de los alumnos, quienes a veces le ofrecían productos de sus huertos y huertas. Con esto aliviaba en parte la miseria a que su salario le reducía. Ser maestro era una profesión vocacional.
LA LETRA CON SANGRE ENTRA.
En la familia, el padre era la máxima autoridad y así era transmitida a maestros como representantes de los mismos. Los castigos eran habituales en ambas partes cambiando los castigos en función de quien los aplicara -padres o maestros-. Circunscribiéndonos a la escuela, los castigos estaban a la orden del día, eran en su mayor parte castigos humillantes. No se limitaban a la falta de rendimiento en el aprendizaje sino que se hacían extensivos a todo ámbito escolar: relaciones entre alumnos, mala letra en su escritura, faltas de ortografía, insultos o riñas entre alumnos, desobediencias, levantarse de la mesa, etc.
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Los castigos más habituales eran colocar al alumno en un rincón, de cara a la pared -en algunos casos con libros en las manos-, los palmetazos, coscorrones y algún que otro bofetón o “colleja”. La copia del castigo era también costumbre -cien, quinientas o mil veces una frase relacionada con el delito, cómo “No hablaré en clase” o “No contestaré a mi maestro”. De cualquier forma, el proceder del maestro era modelo a seguir y unos alumnos le veneraban y otros le temían y por parte de los padres lo respetaban. ¡Un castigo del maestro llevaba aparejado otro probable castigo del padre!
CADA MAESTRILLO TIENE SU LIBRILLO.
No existía una norma educativa a seguir. El maestro se encerraba en su aula y allí se convertía en el patrón de ese barco; su autoridad no era cuestionada, y su enseñanza menos. ¡El alumno que no aprendía era un mal alumno: holgazán o desinteresado en su estudio!
¿Y por qué tiene su librillo? Porque él se marcaba y programaba toda la enseñanza. Las escuelas eran unitarias separadas por sexos, esto quiere decir que había alumnos de todas las edades. Dar trabajo a todos ellos significa planificar todo el hacer diario y llevarlo a cabo con la ayuda de los alumnos mayores o más aventajados – como auxiliares- en ayuda y auxilio de los menores o retrasados. Cada maestro se tenía que ajustar a los muchos alumnos que le correspondían y cada uno utilizaba su propio método de trabajo.
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PARTÍCIPES ESCOLARES
MI MAESTRO
Mi primer maestro fue D. Restituto Rodríguez, ya bastante mayor y poco dado a cambios en su largo curriculum educativo. Tenía larga y sobrada experiencia, fui allí porque había sido maestro de mi padre.
MI ESCUELA
La entrada se hacía por la hoy calle Manolita Clemente Fernández (en esa fecha General Prim) y casi a su final hacia la hoy calle 1o de Mayo (en esa fecha Almirante Topete). Se entraba en un patio, no muy grande, a su izquierda un pasillo que daba a los retretes o escusados y en su fondo un espacio descubierto lleno de suciedad – papeles y estiércol- y que servía para orinar. Detrás de ese pasillo se encontraba la clase.
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El patio servía para formar la clase e izar y arriar las banderas. Los recreos, pues, se hacían en la calle.
En el espacio escolar no había fuente ya que en el pueblo no existían aguas potables. Recuerdo la salida a la calle en los meses de mayo y junio con sol abrasador y una sed que nos devoraba a todos. Frente a la calle, en General Topete, había una casa con un patio y un hermoso pozo. Allí nos dirigíamos todos, sacaban un cubo de agua del pozo y sucesivamente uno a uno íbamos abocándonos en busca de esa agua fresca y reparadora. El mal estaba si la mujer no estaba ese día o no estaba en condiciones de soportar ese ruido y la molestia que ocasionábamos. Posteriormente se impuso la moda de algunos compañeros de llevar agua en una botella o botellín de vidrio y la que solían añadirle algún que otro trozo de regaliz. Duró poco, el agua se calentaba y no llegó a calmar la sed de los portadores.
MI AULA
Mi aula era rectangular con suelo de madera raída, rota por sus muchos años, y donde de vez en cuando teníamos el espectáculo gratuito de ver correr algún ratón, probablemente en busca de algunas de las migajas o restos que algunos de los alumnos pudiéramos dejar.
Su mobiliario consistía en varias filas de pupitres bipersonales con sus asientos independientes, tablero inclinado y agujereado para los tinteros y debajo tablero para dejar los materiales y bolsas. En el fondo una tarima elevada con una mesa. Encima de ella destacaba la figura de D. Restituto con su bata. Bajo la tarima a su derecha la estufa de leña, a su izquierda un atril y sobre una de las ventanas, que servía de estantería, una serie de artículos escolares; llamaba especialmente mi atención varias botellas de color negro con la tinta. El pared frontal destacaban los retratos del general Franco y de José Primo de Rivera y en el centro un crucifijo.
Además de este frontal había en el salón de clase una imagen de la Inmaculada en sitio destacado.
Sobre la mesa del maestro unos tinteros sobre superficie y como no los martirios de los alumnos: la regla o palmeta y la campanilla para el silencio.
LA ENSEÑANZA (Instrucción y Educación).
Los horarios eran de mañana y tarde todos los días de la semana menos el domingo, declarado festivo a todos los efectos, y el jueves por la tarde. La tarde de los jueves era aprovechada para ir al local de Falange -antiguo local sindical- y en su patio se desarrollaban actividades paramilitares parecidas a las de los balillas italianos.
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A la entrada los niños saludaran con el tradicional «Ave María Purísima», siendo contestados por el maestro: «Sin pecado concebida»…
En el patio, y antes de comenzar las clases, se procedía a la ceremonia diaria y obligatoria de colocar a los alumnos en formación para izar la bandera. Después de terminar las clases se repetía la formación para arriarla.
A continuación se verificaba la revista de aseo.
Existían las clases de higiene donde los alumnos colocados en filas y con las manos abiertas eran inspeccionados por el maestro o maestra. La penuria era grande, la higiene poca, y piojos y pulgas pululaban por doquier, pero el agua con el jabón casero era bastante como para poder dar una muestra de aseo. La suciedad podía conllevar algún que otro palmetazo.
Se concretaba en leer, escribir y las 4 reglas. Adquirido un cierto dominio, en muchos casos sin ellos, unos alumnos marchaban a trabajar al campo y otros pasaban a uno de los talleres -a trabajar como aprendiz profesional- para el aprendizaje de un oficio; así salieron sastres, carreteros, carpinteros, pintores, etc. No percibían salario por este trabajo -salvo alguna propina o regalo- pero lo principal era aprender un trabajo e incorporarse a una profesión. Los padres estaban bastante necesitados como para poder prescindir de una mano de ingresos lo antes posible. Los aprendices, pues, estaban a la orden del día. ¡La costumbre y moda aprender un trabajo!
Recuerdo la lectura diaria de un alumno en el estrado, al lado del maestro, con una edición muy gastada de D. Quijote de la Mancha; cómo los demás en otros libros la seguíamos y destaca en mi memoria la lectura pausada y voz clara de Pedro Alcántara López. Por la mañana se estudiaba siempre las asignaturas instrumentales, Matemáticas y Lenguaje, mientras el maestro explicaba la lección del día, otros grupos realizaban las cuentas en la pizarra, corregían los deberes, etc. Como el número de alumnos en la mayoría de los casos era numeroso, algunos mayores ayudaban de alguna manera a la labor del maestro.
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Por las tardes, se estudiaba las asignaturas menos pesadas como Geografía, Historia, o Ciencias; y sobre todo, se hacía la lectura conjunta e individualmente.
Las clases estaban separadas rigurosamente, (los niños con los niños y las niñas con las niñas) .
El absentismo escolar, en la primera mitad del siglo XX, era impresionante, los niños faltaban mucho a la escuela, pues debían alternar las obligaciones escolares con el trabajo o aprendizaje, sobre todo en el campo.
Por otra parte con un 60% de analfabetismo, los padres no valoraban los estudios de sus hijos y los tenían en casa para ayudar en las labores del hogar, incumpliendo así con la obligatoriedad de la asistenta a clase.
Llegados los 11 o 12 años las escuelas se vaciaban de mayores; unos a estudiar y otros a trabajar. De cualquier forma la enseñanza continuaba: los primeros con clases particulares de los propios maestros -que servían para aliviar su maltrecha economía- y los aprendices profesionales recibían sus clases de varios personajes sin titulación que venían completando su enseñanza en turno nocturno.
Yo pasé a esa edad a Telégrafos como repartidor, empleo no remunerado pero ayudado por las propinas del reparto de telegramas y giros de dinero.
Como no podía asistir a la escuela, recibí la enseñanza del hermano David en su domicilio de la salida de Valdepeñas en la última casa y que aún hoy persiste. Hombre mayor y con poca personalidad. Recuerdo sus dictados sacados de unas revistas antiguas que él tenía. Todas las noches se repetía la misma cantinela en boca habitual y repetitiva del personaje central: «Truenos y relámpagos, rayos y centellas».
Todos los años aparecía un personaje que, en connivencia con los maestros, nos iba haciendo unas fotografías que podían retirarse o no -según las economías- pero que dejaron la impronta de aquellos momentos, posiblemente hoy en el recuerdo de muchos moraleños.
MATERIAL ESCOLAR DEL AULA
Dentro de las aulas pervivía aún los restos de las escuelas republicanas y algunos de ellos pervivieron al paso del tiempo y mantenidos como material escolar. Aquí podemos ver una muestra de ellos.
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MATERIAL ESCOLAR DE ALUMNO
Para el trabajo escolar portábamos una pizarra mineral con marco de madera y atados a ella la pareja de instrumentos necesarios para la realización de los distintos trabajos: el trapo para limpiar lo escrito -sucio y mojado por la saliva que se echaba a la pizarra para que se pudiera borrar- y el pizarrín que consistía en un cilindro de pizarra para escribir. Nosotros utilizábamos el cartapacios para guardar las cartillas y libros. Las cartillas eran utilizadas para aprender las primeras letras, después se pasaba al catón y posteriormente a las enciclopedias. Los cabás eran femeninos y poco accesibles a las economías. Debido a ello las madresrealizaban en casa unas bolsitas de tela con las iniciales del niño o niña grabadas y servían igualmente para llevar el material.
Hacíamos pegamento con harina y agua.
LOS JUEGOS
Como en aquella época no existía ni radio, ni televisión se jugaba mucho. En la escuela los juegos estaban limitados al espacio en el que se podían desarrollar -en este caso en la calle-. Los más recursivos y solicitados fueron: picos, zorros o tainas, la taba, el fútbol con sus pelotas de trapo, el escondite, los santos, las chapas, las bolas, el trompo, la comba, el marro…
Cada juego tenía su época y eso le daba deseo y atracción.
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