Verso y Prosa.- El Tesoro del Carambolo

Fausto Calzado de la Torre.- Nunca había detenido mi mirada para contemplar aquel sencillo bloque de viviendas de tres o cuatro plantas con hileras verticales de ladrillo rojo y paños de fachada blanca que se ofrecía a la vista de perfil desde la empinada carretera que nos conducía de Castilleja a Sevilla y viceversa, hasta que el hermano Teodoro, nuestro director, que ese primer año de BUP nos daba clase de Historia, nos enseñó en un libro de arte, seguramente el de Salvat, el Tesoro del Carambolo.

A partir de entonces, lo miraba de reojo desde el viejo autobús que nos llevaba al colegio de Sevilla. Me costaba relacionar aquella modesta construcción con el deslumbrante tesoro de los tartesios.


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No mucho tiempo después, se avisó de que los reyes venían a visitar Sevilla. Yo, como muchos españoles de ideología diversa, recibí la coronación del Rey con cierta expectación, pero no con escepticismo. En la vieja televisión, todavía en blanco y negro, del salón de actos, lo vi en un balcón de los Reales Alcázares dirigirse a un público bullicioso que casi congestionaba el patio.

Al día siguiente, alguien dijo que los reyes subían a inaugurar una depuradora al lado del viejo edificio del Carambolo. Me sorprendió tanto la noticia de aquella visita como la existencia de una depuradora en aquel lugar, ya que la parte edificada no daba a la carretera y por lo tanto no se veía desde el autobús. Un amigo, seguramente Carmelo Bayona, me propuso que nos acercáramos a verlos. Me mostré reticente, no tanto al breve paseo, como a salir del colegio, porque yo allí me encontraba a gusto con mis escasos libros de lectura y con mis primeras rimas, posiblemente de carácter amoroso.

Finalmente, pensando que sería una ocasión única para ver a una persona tan importante como ha demostrado la historia posterior, me decidí a acompañarlo. Se sumaron a nosotros otros dos o tres compañeros más.


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Al llegar allí nos encontramos con una amplia explanada pavimentada, que seguramente serviría de aparcamiento para los trabajadores de la depuradora, al final de la cual había un moderno edificio de reciente construcción.

La comitiva tardaba y yo, pensando sin duda en algún poema a medio terminar, empecé a arrepentirme de la caminata.

La explanada se fue llenando de personas y por fin llegó el séquito en uno de cuyos coches venían los reyes. A la entrada el vehículo frenó y los neumáticos rechinaron sobre alguna gravilla suelta por el suelo pavimentado de cemento o alquitrán. El espacio que había entre el automóvil y la entrada lo realizó el Rey andando acompañado por la Reina, saludando con la mano, con ese gesto suyo que ya es tan característico.

El recorrido fue breve, pero la gente gritaba entusiasmada. Yo, aunque embargado de emoción, me mantuve en silencio. Después de que la Reina y el Rey accedieran al interior, observé con cierto asombro que la gente no se movía.


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“-¿Nos vamos?” –le comente a mis compañeros. “¿No nos quedamos hasta que salga?” -Repuso mi amigo- “Ya lo hemos visto.” Concluí-

A partir de entonces cada vez que el autobús llegaba a la altura de aquellas humildes viviendas en cuya construcción decían que se había encontrado el tesoro del Carambolo, giraba y volvía intuitivamente la cabeza, recordando también la visita de los Reyes.