Recuerdos de mi niñez

Alfonso Delgado Torres, 7 agosto 2021.- Hoy, a lomos de mi bici, recorriendo los campos de Moral de Calatrava, plagados de viñedos, inmenso océano verde en el Campo de Calatrava, he pasado por el paraje conocido como “el estanco”.

Alberca

Vagamente llegan a mi mente recuerdos de la niñez. Hace unos sesenta años, aquí no había viñas, en su lugar abundaban frondosas huertas, en la vega del río jabalón.


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Alguna vez, pocas, he venido con mi abuelo, recuerdo el madrugón para llegar hasta aquí, siete o más kilómetros separan este paraje del pueblo. El camino se me hacia corto, montado en el carro tirado por una mula y un burro pegado a ella, me gustaba el traqueteo del carro y el sonido de las ruedas rodando por un camino lleno de piedras y baches provocados por las llantas metálicas.

Lo primero que hacia mi abuelo nada más llegar era enganchar el burro en el arte de la noria para sacar el agua que regaría la huerta. Los cangilones asomaban unos y se metían otros, los que subían traían el agua del fondo para verterla sobre la artesa y rápidamente llegaba a una pequeña alberca.

Una vez con agua suficiente comenzaba el riego, el agua salía por un orifico de la parte baja de la alberca y rápidamente inundaban los surcos donde estaba plantada la hortaliza, mi abuelo manejaba hábilmente una azada con la que cerraba o abría el paso de una zona a otra.


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Otra cosa que recuerdo es el soniquete de la “paraera”, un artilugio que servia de freno en caso de que el burro dejase de dar vueltas, cuando dejaba de sonar era señal de que el burro se había parado, mi abuelo sin mirar le daba una voz y rápidamente el animal iniciaba la marcha.

Al mediodía mi abuelo preparaba la comida, en una pequeña lumbre freía unas patatas con pimientos y un huevo que sabían a gloria a la sombra del sombraje, después venia una reparadora siesta, diez, quince minutos no más, recuerdo el aire que acariciaba mi cara, aunque caliente era muy gratificante.

Por la tarde se hacia la recolección de la hortaliza en espuertas de esparto: pimientos, tomates, pepinos, habichuelillas, etc. antes de partir se cargaban en el carro y se enganchaban las bestias en el carro.


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A lo largo del día siempre había un intercambio de parecer con los vecinos, un cigarro, un trago de vino, servían para iniciar una tertulia hablando de cómo se estaba dando el año.

Los carros se ponían en marcha camino del pueblo, a medio camino el sol se ponía detrás del cerro de las hoyas y las sombras del carro se prolongaban y se juntaban con las del que venia detrás.

La caravana que se formaba era interminable, de un camino y otro aparecían carros que se juntaban al entrar en el pueblo y poco a poco se perdían por las calles, las farolas del alumbrado publico empezaban a encenderse.


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Cuando llegábamos a casa allí estaba mi abuela esperando, ella se encargaba de colocar la cosecha que por la mañana, al día siguiente vendía en la puerta.

Mi abuelo: Alfonso Torres Arroyo “remendao”, mi abuela Roberta Gómez Piña “civilona”