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Veinticinco años sacerdotales de Eustaquio Camacho

En este mes de septiembre, Eustaquio Camacho, sacerdote de nuestro pueblo, cumple veinticinco años de sacerdocio. Sus destinos pastorales en estos veinticinco años han sido: Almadén, formador del Seminario, Delegado diocesano de pastoral vocacional, Los Quiles y Santo Tomás de Villanueva, de Tomelloso. Con motivo de sus bodas de plata nos acercamos un poco más a él en esta entrevista.

¿Cómo surgió tu vocación? ¿Te llamó la atención alguno de los sacerdotes de la parroquia? ¿Fue una atracción natural? ¿Alguien te propuso ir al Seminario?


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Recuerdo mi infancia en Moral fundamentalmente vinculado a la parroquia. Vivía la fe de manera natural, desde una familia cristiana. Iba a misa cada domingo, igual que mis hermanos y mis padres. También con otros acontecimientos. De niños íbamos a la flor a la Virgen en el mes de mayo. Incluso recuerdo alguna peleílla con otros niños en las gradas, junto al altar de la Virgen o las procesiones de Semana Santa. Viví la fe de una manera familiar y natural. No se me planteaba como una exigencia o que yo planteara resistencia.

Un momento muy importante para mí fue hacerme monaguillo al empezar quinto de EGB. En ese año, si no recuerdo mal, éramos hasta veinticinco monaguillos. Salían dos con el sacerdote a misa y los demás nos quedábamos en la sacristía. Aquello fue importante porque estar en el entorno de la parroquia nos hizo acercarnos más al misterio de la fe. Una figura clave fue D. Leopoldo que estaba solo en la parroquia aquel año. Él nos hizo conscientes de distintas maneras de la importancia de la celebración de la eucaristía. Aquello me fue calando. Fue importante participar en la Semana Santa y en las procesiones. Otra cosa que me impactó fue que algunos seminaristas, que eran de Moral, que eran mayores, nos hablaron en el colegio del Seminario. Además, dentro del grupo de monaguillos, algunos comenzaron a hablar de la posibilidad de irse al Seminario. 

Todo eso fue muy importante y un domingo por la mañana me atreví a hablar con D. Leopoldo contándole mi inquietud de irme al Seminario. Recuerdo aquello perfectamente. Pero su respuesta, me decepcionó porque me dijo que a las alturas del curso no era posible y que era mejor esperar al año próximo. De todas formas, habló él con mis padres.


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¿Y cómo recuerdas también aquellos años de niño y de adolescente en el Seminario?

El seminario a mí me aportó mucho. El ambiente que había era excelente. Me encontré con grandes compañeros, con grandes formadores. Me enriqueció mucho humanamente e intelectualmente. También, por supuesto, cristianamente. Estar esos años en el Seminario me hizo sentirme mucho más unido a la Iglesia. Percibí que la Iglesia era la gran familia de los hijos de Dios y que, por supuesto, yo quería también servir a la Iglesia siendo sacerdote o no.

Otra cosa importante que para mí supuso el seminario fue el discernimiento, es decir, reflexionar sobre qué quieres hacer en la vida y si sientes que Dios te está llamando para algo. En el Seminario es mucho más intenso que en el ambiente de la calle. Te obliga a pensar por qué estás allí, cuáles son tus motivos y si realmente quieres ser sacerdote y si te ves capacitado para ello. Le preguntaba a otros chicos y no se planteaban esas preguntas.  Estar en el seminario te ayuda a profundizar en el discernimiento. 

La ilusión de un niño no es suficiente para llegar a ser sacerdote. De adolescente y joven se tienen dudas y se decide si se quiere seguir. 

Más adelante, en realidad, es cuando se decide esa entrega a la Iglesia en el camino sacerdotal.


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¿Hay alguna experiencia que te haya marcado especialmente en tu vida sacerdotal?

Hay muchas cosas que contar, muchas anécdotas, pero hay dos cosas que me siguen asombrando. La primera es el hecho de que mucha gente se acerca por primera vez a hablar contigo y te cuenta su vida y, a veces, cosas que no se han contado a nadie. Simplemente porque eres sacerdote. Eso asombra y me sigue asombrando que abran su corazón de esa manera. 

La segunda de las cosas que más me asombra es que lo más importante que hacemos los sacerdotes no es organizar bien un grupo, una buena predicación, resultar simpáticos, sino que lo más valioso es que por una sugerencia que le has hecho a alguien, por alguna conversación, por una confesión, por lo que sea, esa persona se ha acercado más a Dios y busca su presencia.


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¿Qué piensas que debe ser un sacerdote para el mundo actual?

Les diría que miren al bien mayor. A los obispos, a los sacerdotes se nos llama pastores. Mirando a los que se les llama pastores de manera real, los que cuidan el ganado, que parece que es un oficio poco valorado, en este tiempo de verano, en el que hemos vivido tantos incendios, muchos han podido descubrir que, cuando había pastores se protegía el bosque de los incendios.

Desde esa comparación, el pueblo de Dios tiene que darse cuenta de que si se ama a la Iglesia, no es posible el encuentro con Dios sin los sacerdotes. Ellos son instrumento de Dios para el pueblo. 

¿Qué les dirías a tus paisanos y a la parroquia de Moral sobre la necesidad de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada?

Quiero trasladar desde estas páginas un cariñoso saludo a todos los moraleños. Hemos de seguir rezando por las vocaciones. 

 

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