Fausto Calzado de la Torre.- Debía de tener doce o trece años la primera vez que cogí la pluma para escribir un texto con intención literaria. Estudiaba 7o de EGB y, por casualidad, encontré, al final del libro de lengua, un apéndice dedicado a la métrica.
Me planteé la posibilidad de imitar alguno de los ejemplos que ilustraban las explicaciones teóricas de las estrofas más utilizadas en la poesía castellana. Después de meditar un rato, me decidí por utilizar el esquema métrico de una estrofa de cuatro versos de arte menor.
No recuerdo con precisión si fue una cuarteta o una redondilla. Elegí un tema muy tópico, posiblemente inspirado por Bécquer: “El regreso de las golondrinas”. Decidido el fondo y la forma, me dispuse a poner por escrito aquel sentimiento un poco improvisado.
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Pero, como suele ocurrir en quien se pone a escribir sin haber meditado lo suficiente, resultó que, al llegar al cuarto verso, no había terminado de decir lo que quería escribir. Vacilé un momento, ojeé distraídamente el apéndice de métrica y… ¡eureka! encontré la solución: añadir un quinto verso. Con esto rematé mi primer poema, que resultó ser una quintilla.
Ahora pienso cuánta razón tenía Zorrilla al escribir, o decir, que nunca he llegado a saberlo:
“Me levanto de esta silla
para poder demostrar
que escribir una quintilla
es la cosa más sencilla
que se puede imaginar”
Algo parecido debí yo de pensar entonces.
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